Me recorren tus ojos, a pasos leves, tuvieran pies desasosegados y desnudos,
penetras en los poros de mi sangre,
me haces tuya al mismo tiempo que me perteneces,
estás hecho de férvidos impulsos,
eres río en descenso inevitable,
dispersando humedades sobre mi mecanismo más oscuro,
detrás de tus hombros los sauzales
mecen su ramaje de plácidos murmullos.
En tus ojos, son mis senos dos lunas temblorosas,
danza en tus retinas el crepúsculo;
me hablas en clarinete y violoncelo,
tu cálida voz de trovador nocturno
es como una mano que apresa mi alma vagabunda,
en un lenguaje sin palabras,
con la elocuencia del discurso mudo,
y al fondo de tu entraña un calor animal insatisfecho,
busca refugio en mi casi virgen corazón maduro.
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